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Parte Α
La personalidad de un atribulado santo, san Juan Crisóstomo

1. Datos biográficos de Crisóstomo

2. Ascenso de Crisóstomo al trono patriarcal de Constantinopla

3. Condena y destierro de Crisóstomo

Parte B
Sacerdocio segun San Juan Crisostomo

La grandeza del sacerdocio según San Juan Crisóstomo

LA PERSONALIDAD DE UN ATRIBULADO SANTO,
SAN JUAN CRISÓSTOMO

1. Datos biográficos de Crisóstomo

San Juan Crisóstomo, jerarca de extraordinaria capacidad espiritual, de inquebrantable fuerza de ánimo y visible y ricamente dotado por la Divina Providencia, era de esperar que se distinguiera como una personalidad destacada entre el conjunto de los grandes Padres que adornan los cimientos de la Iglesia.

Es, indudablemente, el más ilustre y prolífico de los autores eclesiásticos de la época bizantina -especialmente en sus primeros años-, y el principal dirigente espiritual de la comunidad cristiana. Y como se ha observado particularmente, el estudio de los asuntos eclesiásticos presenta a Crisóstomo como el más importante de entre los Padres teóricos de la Iglesia, cuya cabeza es Gregorio el Teólogo, e incluso más que el propio Basilio el Grande, que sobresale entre todos por su acción social.

Pero puesto que Crisóstomo se ocupó principalmente de los problemas del hombre, y no tanto de las cuestiones teóricas de su tiempo, que desde luego conocía bien, y ya que el objetivo de la vida eclesiástica era la elevación de la vida moral y la proyección de la fortaleza espiritual de los cristianos por medio de su ejemplo personal y su palabra, por ello aparece en la Historia de la Iglesia con el rasgo distintivo del luchador de la vida moral cristiana en la práctica y del mártir de la cristiana caridad.

Crisóstomo siente vivamente la protección de la Divina Providencia, que de manera evidente guiaba sus pasos en el camino de su vida y actividad eclesiástica. Y él mismo reconocía este favor de la Divina Providencia y la veía claramente determinar su propia vida desde su infancia, como ocurre con todas las grandes personalidades que la Divina Providencia destina a ser instrumentos suyos. Esta Divina Providencia le reservó circunstancias favorables y todas la condiciones necesarias para que recibiera la mejor educación posible en sus tiempos.

Según la información que nos transmiten las fuentes, Crisóstomo, hijo de una familia aristocrática e ilustre, pertenecía, en razón de su cuna y educación, al medio cultural griego. Nació en Antioquía entre los años 344-354, tal vez en el 350-351 -según la reciente opinión del ilustre profesor de Patrística Pan. Christou- de padres piadosos, y fue criado en un ambiente cristiano que le ofrecía el calor de su familia y especialmente de su madre, Anthousa, de quien tomó su fino espíritu y su carácter sensible. Refiriéndose más tarde a su familia, Crisóstomo decía: " mi padre y mi abuelo y biseabuelo fueron profundamente piadosos e ilustres ". Según esto, toda su familia exhalaba el aroma espiritual de la piedad, y rodeado de él fue espiritualmente criado desde su infancia con prudencia y seriedad, lo cual indicaba ya cuán grande e importante personalidad habría de llegar a ser. Desde luego, su educación fue asumida por su piadosa y modesta madre, Anthousa, y su tía, por parte de padre, Sabiana, ya que su padre, Segundo, alto oficial del ejército, falleció poco después de nacer él, y no pudo dedicar a su educación sacrificios, esfuerzos y dinero.

Su madre, asegurando los medios para ofrecer a su hijo toda la formación posible, mostró no sólo tener una gran capacidad para criarlo, sino que también se reveló como una admirable pedagogo. Ella, viuda apenas a los veinte años, se dedicó exclusivamente y con toda su alma a criar a Juan, y al cuidado de asegurarle toda la educación que hiciera de él una personalidad íntegra y perfecta. Ella, con su santa vida, pero también con sus prudentes consejos, desempeñó un papel decisivo para otorgarle una variada formación.

Ella depositó en el alma del joven Juan las primeras semillas de la verdad evangélica y lo volvió desde pequeño hacia la vida cristiana perfecta y absoluta. Sería posible haber dicho sobre su madre Anthousa lo que Gregorio el Teólogo dijo sobre Emelia, la madre de Basilio el Grande: " tanto entre las mujeres destacó Anthousa cuanto entre los hombres Juan ". Una admiración semejante expresó el rétor pagano Libanio, a propósito de la madre de Crisóstomo, sobre las mujeres cristianas en general: " ¡Qué maravillosas mujeres hay entre los cristianos! ".

Pero la Divina Providencia le reservó, amén de la excelente educación por parte de su madre Anthousa, la extraordinaria formación junto a distinguidos maestros y rétores de su época. Estudió en la renombrada escuela de retórica de los célebres oradores gentiles Andragatio y Libanio, de quienes aprendió los tesoros de los conocimientos de la Antigüedad clásica. Precisamente Libanio, al preguntársele a quien dejaría como heredero de su Escuela, respondió que elegiría a Juan si no se lo hubieran apropiado los cristianos. Desde luego, a Juan no se lo apropiaron los cristianos, ya que por sí mismo se hizo voluntariamente cristiano o, como Tertuliano dijo sobre toda alma humana, Juan era un alma cristiana por naturaleza: " anima naturaliter christiana ".

A continuación, Juan escuchó a los distinguidos maestros de la Escuela de Teología de Antioquía -el célebre " Asketerion "-, a Carterio y al venerable y ascético Diodoro, de quien decía con admiración: " llevaba en todo momento una vida apostólica, sin tener nada propio, sino aliméntandose de otros, mientras que él ambicionaba sólo orar y adoctrinar al pueblo ".

Pero además de sus maestros, ejerció una gran influencia en la formación de su actitud religiosa y su carácter el anciano obispo de Antioquía, San Melecio, de quien Crisóstomo decía que simplemente al ver su aspecto maravillaba a todos y los atraía a la virtud. Es un hecho que San Melecio " se enamoró del ingenio y la belleza del corazón de Juan ", lo guió hacia la Iglesia y lo bautizó (a la edad apoximada de 21 años, en el año 372).

Los estudios de Crisóstomo junto a tan destacados maestros tuvieron por consecuencia que recibiera una amplia y brillante formación, y que desde muy pronto mostrara su extraordinaria capacidad y rendimiento. Sin ser un intelectual o un filósofo, se reveló como un rétor u orador clásico más bien en el sentido de maestro de la educación moral. Esto, por otra parte, se ve bien claro en su lengua y su estilo. En la habilidad retórica de su estilo, puede muy bien compararse al ilustre rétor de la Antigüedad, Demóstenes, o a Jenofonte y Platón. Y aunque siguió siendo griego en su educación, no le conmovió nunca la filosofía griega ni sintió la necesidad de ocuparse especialmente de ella. En cualquier caso, es notable la influencia de los estudios clásicos en la textura literaria y la argumentación de todas sus obras -especialmente en las primeras-.

Crisóstomo, al concluir sus estudios seglares en las escuelas superiores, y durante un breve espacio de tiempo -tal vez durante sólo escasos meses-, ejerció la profesión de abogado o maestro de retórica, como hicieron también otros grandes Padres (Basilio el Grande, Gregorio, etc.). Pero la abogacía, como profesión, incluía (e incluye) entre otras cosas el servicio a las demandas e intereses del cliente, que no siempre están de acuerdo con las convicciones personales y los principios morales de quien la ejerce. Por ello Crisóstomo, destacando sus casos y aspectos negativos, caracteriza la profesión como " llena de malicia y perfidia ", y se da cuenta a tiempo de que la abogacía no le satisface y de que él no ha nacido para ser abogado.

Y, como ya se ha referido, a pesar de contar con todos los medios y circunstancias para adquirir una formación aún mayor y más amplia, y alcanzar glorias y honores en el mundo, mostró una profunda aversión por lo mundano. Es absurdo, decía, perseguir sombras, como lo son la riqueza, el poder, los placeres: " pues perseguir sombras es de locos ".

Complacido en la vida solitaria y ascética, tras su bautismo se entrega absolutamente a lo divino y se convierte en un hombre nuevo, como dice su biógrafo, Paladio. A partir de entonces no profirió jamás una mala palabra, maldición ni broma, y nunca juró ni mintió. En el aislamiento encontró lo que buscaba -el aislamiento ofrece momentos de reflexión, introversión, oración, que elevan al hombre a la esfera de lo sobrenatural. El lema de su vida fue la admirable frase: " aférrate a lo espiritual, mira más allá de la vida ". Semejante es la expresión de Basilio el Grande en su homilía " Cuida de ti mismo ": " mira más allá de la carne, pues es transitoria; cuida del alma, que es inmortal ". Pero Crisóstomo desarrolló con extrema gracia y vigor la cuestión de la vanidad y transitoriedad de la vida presente en sus admirables homilías " A Eutropio ", donde significativamente insiste en que " en las paredes y las vestimentas, en el mercado y en las casas, en las calles y en las puertas y entradas, y especialmente en nuestra conciencia y corazón, debemos continuamente escribir y siempre reflexionar en el dicho "vanitas vanitatis... ".

A Crisóstomo le interesa especialmente la obra de la vida espiritual y del desarrollo del hombre, la formación fundamental del alma, y al considerar que teoría y práctica no sólo no deben estar distanciadas, sino coincidir, sintió la necesidad -como todos los grandes Padres- de alejarse del mundo, de aislarse y practicar el ascetismo, a fin de alcanzar la plena realización espiritual y la libertad espiritual a través del dominio del espíritu sobre el cuerpo.

Consecuencia de estas convicciones suyas fue su decisión de alejarse de lo mundano. Ello tuvo lugar tras la muerte de su amada madre en el año 374. Y ello porque su madre, apenas supo que Juan planeaba marcharse al desierto, lo tomó de la mano y lo llevó al lecho donde lo dio a luz, y con lágrimas en los ojos, pero también con su habitual cariño y ternura, le recordó todo aquello -y era mucho- de lo que se había privado en su viudez a favor de él. " Le rogó que no la arrojara ahora, con su partida, a una segunda viudez, abandonándola, sino que esperara un poco, ya que su fin no tardaría en llegar ". " En cualquier caso, le dijo, para los jóvenes hay siempre tiempo y esperanza de llegar a donde quieren. Cuando me entregues a la tierra y me des sepultura junto a tu padre, le dijo, entonces "haz largos viajes y surca cuantos mares desees, sin que nadie te lo impida". Pero mientras aún respiro, ten paciencia y quédate conmigo... Ten cuidado, le dijo, porque yo me ocupé de no faltarte nunca, de que no te entretuvieran las necesidades vitales y te despreocuparas de todo lo necesario para poder continuar tu santa labor. Y has de saber, añadió, que nadie te ama más que la madre que te trajo al mundo... Si no por otra razón, al menos por esto quédate conmigo mientras viva aún... ".

Sin duda las palabras de su madre doblegaron el pensamiento y la voluntad de su hijo Juan, y prevaleció su amor por ella. Después de ello, Juan postpuso -no canceló- su objetivo, permaneciendo junto a ella y viviendo como un hijo obediente en casa junto a su madre, en Antioquía.

Entonces se retiró a las comunidades monásticas - ascéticas, que no distaban mucho de Antioquía y que " son como faros que desde lo alto divisan los que embarcan a lo lejos, erguidos en los puertos y atrayendo a todos hacia su calma, sin dejar que transiten en la oscuridad a los que miran hacia ellos ". Entonces Crisóstomo, a instancia de sus amigos escribió, refiriéndose a la vida monástica, sus admirables tratados sobre el ascetismo, en los que señalaba que el objeto de éste es la perfección del hombre en la vida de acuerdo con Dios, que no era fácil de alcanzar dentro de la sociedad llena de tentaciones y vicios. Dice al respecto: " Desearía que la sociedad fuera buena, de modo que no necesitaran retirarse al desierto los que en ella viven, ni los ascetas que viven en el desierto marcharse a vivir en ésta ".

Su intención no era incitar a los hombres a alejarse corporalmente del mundo, abandonando sus ciudades, sino reformar la vida de la sociedad, de las ciudades y de los pueblos, según los principios del Evangelio; por ello, por otra parte, se convirtió en pastor, maestro y predicador.

Porque en efecto, en la sociedad, los que proclamaban el cambio social por medios materiales y técnicos, a través del progreso de la ciencia y la técnica, no consiguieron traer el bienestar de la gente y la justicia social. Al contrario, es percibido por todos que cada día aumentan la injusticia, la explotación y la corrupción, la degeneración y el lujo con diversos placeres, la competitividad continua, el odio y las guerras. Por tanto nadie considera que las aflicciones, las privaciones y el dolor tengan resultados favorables para el desarrollo de una volutad fuerte y un carácter íntegro. Sólo a través de múltiples esfuerzos, privaciones y ascesis continua puede el creyente dominar las debilidades del cuerpo, y no por medio de la vida fácil y llena de comodidades y deleites, dice Crisóstomo.

La vida ascética, por supuesto, ofreció a Crisóstomo la posibilidad de comunicar más fácilmente con Dios a través de la oración. Crisóstomo era hombre de oración y retiro; vivía rezando continuamente. La oración es al mismo tiempo raíz y alimento de la vida espiritual, y si te privas a ti mismo, decía, de la oración, es como sacar al pez del agua y esperar que viva: " pues como para aquél es vida el agua, para ti lo es la oración ". Es imposible vivir sin la oración -" imposible vivir en virtud sin oración y con ella pasar la vida ". La experiencia y el testimonio de quienes oran muestran que no hay en el mundo nada más poderoso que la oración: " nada hay más fuerte que la oración, ni igual a ella ". Ella hace de los hombres " templos de Cristo "; ella es el bien supremo; " cabeza de todo bien y dadora de salvación y vida eterna ". Por esto aconsejamos siempre a los demás que recen: " aunque estés en los baños, reza, y en la calle y en el lecho, dondequiera que estés, reza ". Porque de este modo se sentirán felices y bienaventurados " en la adoración de Dios ".

Al mismo tiempo que la oración continua, la ascesis dio a Crisóstomo la oportunidad perfecta para el permanente estudio de las Sagradas Escrituras, que mantiene al alma en permanente contacto con Dios. Justamente, Crisóstomo consideraba la causa de todos los males de la sociedad y la vida cotidiana de los hombres " el no leer las Escrituras ". El estudio de las Sagradas Escrituras fue su refugio en todas las dificultades de su agitada vida, y sólo en éste hallaba sosiego y alivio. Aconsejaba a los creyentes la lectura de las Sagradas Escrituras incluso aunque a menudo no fuera absolutamente inteligible su verdadero sentido. Por medio de la continua lectura de las Sagradas Escrituras, Crisóstomo adquirió una tal familiaridad con su contenido, y tan profundamente las entendió, que, según es por todos reconocido, se convirtió en el más hábil y capaz de sus intérpretes, ya que escribió un gran número de notas exegéticas, unas 700 homilías, incomparables en belleza y vigor, así como otras obras similares.

Crisóstomo vivió durante más de seis años como asceta y anacoreta, en los monasterios y lugares de retiro, en continua oración y estudio de las Sagradas Escrituras y, sobre todo, entre privaciones y duras condiciones, junto a célebres ascetas de su tiempo.

Allí planeaba su acción como reformador de las almas, se preparaba para su gran misión en el mundo, y se decidía a la lucha de su acción espiritual en la sociedad. Y desde luego sabía bien que toda acción espiritual en la sociedad estaba destinada a afrontar irremisiblemente la correspondiente reacción del mundo. Emprendió esta acción, asumiendo la obra que quiso realizar dentro de la Iglesia y la sociedad, con su gracia y su bendición.

Por ello, cuando regresó al mundo, a Antioquía, después de su ascesis en el retiro, fue ordenado diácono (381) por el obispo de la ciudad, Melecio, a quien asistía en sus deberes pastorales. Crisóstomo pasó seis años como simple diácono, y durante este espacio de tiempo se entregó a escribir valiosos tratados (como sobre la Virginidad, etc.) y a la labor didáctica.

En el 389 fue ordenado presbítero por Flaviano, el sucesor de Melecio, y ya como presbítero, en su primera homilía desde el púlpito, expresa el sobrecogimiento que le inspira acercarse al sagrado altar y, como dice, le parece increíble, siendo un joven imberbe, dirigirse a la asamblea de los fieles. Pero esta asamblea de los fieles pudo comprobar qué grande y excelente orador tenía ante ella, y veía con profunda satisfacción las estupendas muestras de sus maravillosas capacidades. Pero tal vez el propio Crisóstomo se diera cuenta por primera vez del extraordionario don de la elocuencia con que la Divina Providencia lo había dotado. Porque era un orador nato y desde el principio encandilaba a su auditorio con la fluencia y vigor de su discurso.

Así, a partir de entonces y durante unos doce años, como presbítero en Antioquía, y durante otros seis como arzobispo de Constantinopla, predicó constantemente; en ocasiones, dos o tres veces al día; decía: " quería hacer esto incluso de noche, y en mil dividirme para predicar ante vosotros... ". Su alma estaba dominada por la pasión de predicar la palabra de Dios; con este fin recorría todos los templos de la ciudad. Su prédica se distinguía por su inmediatez y capacidad de convencer, y por ello era el medio más eficaz para influir en los individuos y la sociedad. De estas prédicas, y de los sermones que profería, proceden sus numerosas y voluminosas obras exégeticas sobre los libros de las Sagradas Escrituras.

Crisóstomo tenía la íntima convicción de que los dirigentes eclesiásticos son ministros e instrumentos de Cristo en la tierra. Especialmente sobre la misión del clérigo, es admirable cuanto refiere en su excepcional obra " Sobre el sacerdocio ".

Durante su servicio como presbítero en Antioquía la ciudad se vio sacudida por sucesos sensacionales. Los habitantes de Antioquía se rebelaron contra el emperador Teodosio II a causa de la imposición de elevados impuestos, y agredieron a las autoridades. Llegaron a destruir las estuatuas - esculturas del emperador y su familia (su hermano, su esposa Flacila, y sus dos hijos). La noticia de su destrucción le llegó inmediatamente al emperador, que se sintió insultado y hasta tal punto se encolerizó por la sacrílega acción que decidió arrasar por completo la ciudad y exterminar a sus habitantes. De este modo comenzaron las detenciones y encarcelamientos. Los antioquenos fueron presas del pánico y, aterrados y desesperados, muchos abandonaron la ciudad y buscaron refugio en las montañas y los desiertos, donde sin mejor suerte afrontaron la muerte por inanición y las privaciones, mientras que otros se refugiaron en los templos (la ciudad quedó casi desierta).

Entonces llegó el momento de Crisóstomo, el momento de la Iglesia, que tiene el excepcional privilegio de proclamar toda la verdad, de encontrarse junto a su pueblo, consolarlo y darle esperanzas por medio de sus representantes, cuando en los trances difíciles de la Historia los demás -sean o no los responsables y competentes- callan o aguardan su oportunidad.

En medio de la angustia y desesperada situación de los habitantes de Antioquía, se presentó Crisóstomo, que pronunció sus famosos discursos, " de las Estatuas " durante todo el período de la Cuaresma. Con ellos intentó -y finalmente consiguió-, aprovechando el estado anímico de los ciudadanos, animar a los aterrorizados antioquenos que quedaban y darles esperanza, comenzando sus discursos con la frase: " ¿Qué he de decir, de qué hablar? El momento presente es de lágrimas, no de palabras; de lamentos, no de discursos; de plegaria, no de alocuciones. ¿Quién, amigos, nos ha hechizado? ¿quién nos miró mal? ¿de dónde ha llegado tal alteración? Nada había más digno que nuestra ciudad, y nada hay ahora más lamentable... nada había antes más bienaventurado que nuestra ciudad, y nada ahora más desgraciado...

 

Huida sin guerra, sin batalla rebelión... Silencio lleno de horror y soledad por doquier. Al llanto daos, montañas, y las sierras al lamento... Pues no hay en la tierra otro igual en dignidad al ofendido; rey es, cumbre y cabeza de todos los hombres del mundo. Por ello volvamos hacia arriba la vista y recurramos al monarca. A él llamamos en nuestro auxilio... ". Con estas y otras palabras semejantes aconsejaba el arrepentimiento y el regreso de los antioquenos, quienes, realmente convertidos ahora, aceptaron la prédica de la contrici ón y cambiaron de actitud: " El disoluto prudente se ha vuelto, el soberbio más modesto, el indolente diligente. Los que jamás van a la iglesia, sino que frecuentan los teatros, ahora pasan el día en la iglesia ".

Al mismo tiempo, Crisóstomo intervino ante las Autoridades, y con su prestigio personal y sus convincentes razones consiguió detener las persecusiones y encarcelamientos de ciudadanos y que no se aplicaran las penas capitales impuestas a los detenidos. Entretanto el obispo Flaviano, a pesar de las dificultades objetivas (debidas a las condiciones climáticas a causa del invierno, a sus problemas de salud ocasionados por la vejez y los de su familia, ya que su hermana estaba muriendo, y a las fiestas de Pascua, que le imponían encontrarse junto a su grey) se trasladó a Constantinopla. Allí, con la templaza que lo caracterizaba y con su insistente esfuerzo, consiguió aplacar al emperador y culminar con éxito su misión. Y Crisóstomo decía: " El rey es benevolente, el obispo poderoso, pero sobre todo Dios es compasivo ".

La grata noticia llegó pronto a los antioquenos, y al oírla el pueblo la celebró con indescriptible alegría, de tal manera que Crisóstomo dice en su correspondiente homilía: " Bendito sea Dios, que nos ha concedido la gracia de celebrar hoy esta santa fiesta con regocijo y grande gozo, y ha devuelto al cuerpo la cabeza, y el pastor a las ovejas... ". De esa manera terminaron las tribulaciones de los antioquenos, durante las cuales Crisóstomo consiguió, en aquellos difíciles momentos, no sólo consolarlos y renovar su fe en Cristo, sino reformarlos convirtiéndolos en verdaderos cristianos. Su acción salvó a la ciudad de una cierta ruina; y como acertadamente dijo: " basta un hombre de celo ardiente para salvar a toda una ciudad ". Pero parece que la conversión de algunos no era permanente, sino provisional, y duró cuanto se mantuvo el peligro para la ciudad y sus habitantes, porque Crisóstomo, a continuación, expresa su profundo pesar al considerar que sus prédicas fueron en vano. Querría, si fuera posible, que todos se convirtieran en santos, elegidos de Dios en el mundo.

Para Crisóstomo la salvación del alma de los cristianos era lo más preciado, y mostró la magnanimidad de su valiente espíritu para con los habitantes de Antioquía también en otras ocasiones difíciles para la gente. Tales fueron las frecuentes incursiones hostiles, problemas de hambre (es de señalar que la Iglesia de Antioquía alimentaba entonces a más de 3.000 desafortunados, viudas, huérfanos, enfermos, presos, ancianos, extranjeros, etc.), y también terremotos que provocaron, con su tremenda ruina, una gran desgracia y deseperación entre los ciudadanos. Y también en estos casos Crisóstomo estuvo -como le correspondía a un jerarca, pastor espiritual-, una vez más, cerca del pueblo; lo apoyó ofreciéndole consuelo y esperanza. En una homilía al respecto dice: " ¿Habeís visto el poder de Dios? ¿habeís visto su amor al hombre? Con su poder ha sacudido al mundo y con su amor al hombre ha vuelto a asegurarlo... Pero aunque el terremoto ha pasado, el temor permanece. Y aunque aquella agitación se ha ido, que no se vaya la piedad. Letanías celebramos durante tres días. Pero no abandanemos el celo en la oración. Por ello ha ocurrido el terremoto. Por nuestra desidia. Os disteis a la desidia y sobrevino el terremoto... ".

El santo padre se enfrentó con éxito similar con los enemigos de la fe, los judíos y los herejes, iluminando a su grey, por la cual sentía un infinito y verdadero amor.

La fama de este fervoroso presbítero, Juan, llegó a conocerse no sólo en la región de Antioquía, sino en todos los lugares de Oriente y Occidente, por todas partes, en los teritorios del Imperio. Y de este modo llegó hasta la capital del Imperio, Constantinopla, y al fallecer el Patriarca de Constantinopla, Nectario, el pueblo, reconociendo sus célebres cualidades y su inquebrantable moral, depositó sus esperanzas en este "sabio del sacerdocio", como dice su biógrafo. Pero sabiendo que Crisóstomo no aceptaría ascender al trono patriarcal vacante y rehusaría este cargo, se utilizó una estratagema para conducir a Crisóstomo fuera de la ciudad, donde fue secuestrado, sin que ni él ni el pueblo supieran a dónde lo llevaban.

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