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Parte Α
La personalidad de un atribulado santo, san Juan Crisóstomo

1. Datos biográficos de Crisóstomo

2. Ascenso de Crisóstomo al trono patriarcal de Constantinopla

3. Condena y destierro de Crisóstomo

Parte B
Sacerdocio segun San Juan Crisostomo

La grandeza del sacerdocio según San Juan Crisóstomo

La grandeza del sacerdocio según San Juan Crisóstomo

Crisóstomo señala que el sacerdocio es un sacramento otorgado por Dios a los sacerdotes como "don divino", y por ello constituye el más importante y honroso de todos los poderes terrenales. Y aunque se ejerce en la tierra, sus efectos pasan al cielo y como tal es un servicio propio de los ángeles. Por ello la dignidad del sacerdocio es caracterizada como "angelical", ya que el sacerdocio se ejerce, sí, en la tierra, pero pertenece "al orden celestial". Y ello debe considerarse obvio, ya que el sacerdocio " no lo instauró un hombre, ni un ángel, ni un arcángel, ni ninguna otra fuerza creada, sino el propio Paráclito, que lo hizo tal que parece ser ejercido por ángeles aunque lo ejerzan seres carnales - hombres ".

El sacerdocio tiene un carácter sobrenatural. El punto más importante del carácter sobrenatural del sacerdocio es la celebración de la Santa Eucaristía por parte de los sacerdotes, el poder santificador del Espírtitu Santo, que entra en conexión con el de la Iglesia. Es el poder más importante de los concedidos a los sacerdotes, que aunque viven en la tierra y se ocupan de asuntos terrenales, recibieron no obstante este poder, es decir, el de dedicarse a cuestiones celestiales. Es decir, algo que no fue concedido por Dios ni a sus ángeles ni a sus arcángeles. Y esto, dice el santo padre, no nos permite creer que haya hombre que considere nada mejor y que desee nada superior al honor de acceder a la dignidad sacerdotal. Y este poder es el de "atar y desatar" o el de absolver los pecados; el de juzgar en la tierra los pecados de los hombres; un poder concedido por el Hijo y el verbo Divino sólo a los sacerdotes.

Desde luego, también los señores de este mundo tienen poder de "atar", pero sólo con respecto al cuerpo. Mientras que el poder de los sacerdotes se refiere a las almas de los hombres, y viene refrendado por el propio Dios. Es decir, dice el santo padre, Dios concedió a los sacerdotes todo el poder celestial de perdonar los pecados. Y a cuantos éstos perdonen, sus pecados serán perdonados por Dios, y a cuantos no los absuelvan, sus pecados les serán mantenidos por Dios.

¿Qué otro poder, pues, podría considerarse mayor que éste? El Padre dio el poder de juzgar los pecados al Hijo y Verbo, y el Hijo lo cedió a los sacerdotes. ¡Qué gran honor para los sacerdotes! Por medio de este poder, que emana de la dignidad del sacerdocio, los sacerdotes han superado la naturaleza humana, han sido liberados de sus debilidades personales y han sido trasladados al orden de los ángeles en los cielos. Es tal la elevación del sacerdocio con su poder (atar y desatar) de absolver los pecados de los hombres y de salvar sus almas, y tan precioso y honroso, que difiere de cualquier otro poder tanto, dice Crisóstomo, cuanto el cielo dista de la tierra y el alma difiere del cuerpo. Sin esta bendición de las manos del sacerdote, nadie puede salvarse y alcanzar la vida celestial.

Pregunta: ¿qué es un sacerdote? Sacerdote, responde, es un ángel del Señor, que recibe en sus manos a Cristo, habla en nombre de Cristo y Lo sirve. El sacerdote, al oficiar, presta sus manos a Cristo; al hablar, presta su lengua a Cristo. Por ello -dice-, deberá ser tan puro como los ángeles, y sentir que se encuentra con los ángeles, entre ellos, en los cielos. Y por ello los sacerdotes deberán ser considerados aún más venerables que los propios padres. Porque los padres nos trajeron carnalmente al mundo para esta vida presente y pasajera, mientras que los sacerdotes son aquellos que nos hacen renacer espiritualmente a la vida eterna, a la cual accedemos por la gracia de Dios a través del Bautismo y la Santa Eucaristía. Por ello, pues, Dios entregó a los sacerdotes un poder mayor que el de los padres, no para catigar, sino para hacer el bien y hacer renacer a los hombres al reino de Dios, por medio de los oficios, de su enseñanza, su amonestación y sus oraciones. Los sacerdotes, con esta dignidad, parecen, como hemos dicho, haber sido trasladados a los cielos y haber superado la naturaleza humana, liberados de sus propias pasiones personales. Con esta manera de vida (y de conducirse), los sacerdotes no viven ya para sí mismos, sino que, sobre todo, viven para la salvación de los creyentes y para oficiar en la Iglesia.

Consecuencia de todo ello es la gran responsabilidad y las ingentes obligaciones de los sacerdotes ante Dios y las almas que les han sido confiadas en la tierra. Estas obligaciones suyas son de un valor incalculable, en cuanto ellos se convierten en padres de los fieles, conceden el perdón, luchan por la resurrección y la salvación de las almas, rezan por el mundo entero y se acercan a Dios.

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