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LA MISIÓN DE LOS NO MISIONEROS

¿QUIÉN LLEVA A CABO LA OBRA DE LA MISIÓN?

¿QUIÉN LLEVA A CABO LA OBRA DE LA MISIÓN?

Elías Voulgarakis

La pregunta parece, cuando menos, simple, ya que a todos se nos ocurre automáticamente la respuesta: el misionero. Pero las cosas no son tan sencillas como parece. Igualmente fácil sería negar absolutamente esta respuesta sobreentendida con el argumento de que la contribución del misionero a la obra de la misión es nimia y por ello no es digna de consideración.

¿Dónde se halla la verdad? Desde luego que no podemos ignorar la labor del misionero. Pero profundizando más, debemos reconocer que quien en realidad lleva a cabo la misión no es el misionero. Es el propio Dios. Y al decir Dios nos referimos a las tres personas de la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Esta verdad nos la enseñan las Sagradas Escrituras. Los pasajes de las Escrituras que hablan de este tema son numerosos. Nos limitamos aquí a algunos fundamentales. Y en primer lugar, las Escrituras nos enseñan que Dios-Padre deseó la salvación de los hombres y por ello envió al mundo a su Hijo (Gal. 1:4, I Juan 4:10). Sin Su venida no sería posible que se salvaran los hombres (Hechos 4:12, II Tesal. 2:10). Por su parte el Hijo al venir al mundo predicó lo que el Padre le confió que dijera (Jn. 12:49, 14:24 y 17:8, 13). A continuación, Cristo entrega Su buena nueva a los Apóstoles y la revela al Apóstol San Pablo (Gal. 1:12). Cómplice en esta labor es el Espíritu Santo, que revela a los Apóstoles el misterio de Cristo (Efes. 3:5) y los ayuda a enseñar al mundo (Efes. 6:18).

La Santísima Trinidad elige a los Apóstoles. Una veces se habla de que la elección la hacen el Padre y el Hijo (Gal. 1:1), otras el Padre (I Cor. 1:1, I Tesal. 3:2), otras el Hijo (Hechos 22:1) y otras el Espíritu Santo (Hechos 13:2).

En la obra de la misión participan también las tres personas de la Santísima Trinidad. Cristo llamó a Pablo y sus colaboradores, por medio de la conocida visión, a predicar en Macedonia (Hechos 16:10). Dios Padre abrió los corazones de los griegos a aceptar la predicación de los Apóstoles o, como muy bien dicen las Sagradas Escrituras, “abrió a los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14,27). En otro punto se habla también de que unos Apóstoles siembran mediante la predicación la semilla divina y otros la riegan. Pero el que hace crecer la semilla es Dios (I Corintios 3:6).

Tal vez aquí debamos añadir que la labor de la misión culmina con la implantación de la jerarquía eclesiástica, que es también obra del Espíritu Santo (Hechos 20:28).

Después de cuanto hasta ahora nos han dicho las Sagradas Escrituras, se extrae fácilmente la conclusión de que la posición del misionero en la obra de la misión es secundaria. Esta relación nos la formula breve y certeramente el Apóstol San Pablo al decir “Pues de Dios somos colaboradores” (I Cor. 3:9). Esto significa que la misión es fundamentalmente obra de Dios, a la cual nos concede el honor de invitarnos a colaborar. Por este espíritu, podemos entender por qué el Apóstol de los gentiles pedía insistentemente a los fieles que rogaran a Dios que lo apoyara en su obra. Citamos dos súplicas suyas características: “Finalmente, hermanos, rogad por nosotros, para que la palabra del Señor siga propagándose y sea acogida con honor como lo es entre vosotros” (II Tesal. 3:1), o “rogad también por nosotros, para que Dios nos abra puerta libre a la predicación, y pueda anunciar el misterio de Cristo” (Col. 4:3).

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