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"PADRE NUESTRO..."

LAS SAGRADAS ESCRITURAS

 

"PADRE NUESTRO..."

Archimandrita Basilio, Abad del Monasterio de los Iberos

He elegido un breve pasaje del Evangelio, de las Sagradas Escrituras, y especialmente el "Padre nuestro", porque creo que es la oración más característica, en cuanto es una oración "del Señor", la oración que nos dio el Señor.

Y creo que el Señor nos enseñó la oración que Él hizo, nos dio la vida que Él vivió y nos mostró Su propio ser. Y ésta es la verdad de Jesucristo. Y como nos dijo en otra ocasión: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn. 15, 5). Al igual que la relación de la vid y el sarmiento es una relación orgánica y silenciosamente pasa la savia de la vid a los sarmientos, del mismo modo el Señor nos dio todo Su ser, de modo que, por medio de esta oración -si la rezamos conscientemente y la vivimos- creo que vivimos en Jesucristo.

Pero empecemos a leer esta oración siguiéndola frase a frase.

La primera frase reza:

"P a d r e n u e s t r o, q u e e s t á s e n l o s c i e l o s".

Pienso que nuestro gran pecado es uno: a menudo nos desengañamos y olvidamos una cosa, no que somos débiles, sino que Dios nos ama. Si nosotros los débiles tenemos un capital, es que Dios nos ama y que Dios es nuestro Padre.

Decimos que el padre, la madre, aman a su hijo no porque sea bueno, sino porque es hijo suyo. Así que es algo importante que adoptemos esta conciencia y sintamos que podemos nosotros llamar a Dios Padre nuestro. Porque esta palabra lo dice todo. Inmediatamente nos introduce al clima de la Iglesia. Puede ser que uno sea huérfano, puede ser que lo hayan abandonado sus padres, puede ser que lo haya perdido todo y se sienta solo. Desde el momento en que Dios es su Padre, se siente protegido, seguro, y el mundo entero se convierte en su hogar.

Me atrevería a añadir lo siguiente: ¿no sería, acaso, mejor que nos abandonaran todos, para sentir este amor de Dios? Creo que esto puede decirse. Por ello, veis cómo el Señor en sus Bienaventuranzas, dice: "Bienaventurados los que sufren, bienaventurados los que tienen sed, bienaventurados los que tienen hambre, bienaventurados los que lloran...". Es decir, ojalá nos viéramos privados del cariño de los hombres, y lo perdiéramos todo, para sentir que Dios es nuestro Padre.

Recuerdo una vez que habíamos preguntado a una anciana en París, rusa, qué es el monje, y ella nos dijo espontáneamente que monje es un hombre colgado de una cuerda, y que esta cuerda es el amor de Dios. Creo que esto podemos decirlo, en el fondo, de todos los hombres: que el hombre tiene una fuerza en su vida, y que esta fuerza es que Dios lo ama. Hemos venido a la vida y tenemos esperanza, porque alguien nos ama. Y este alguien es fuerte independientemente de que nosotros seamos débiles.

"P a d r e n u e s t r o, q u e e s t á s e n l o s c i e l o s". Padre nuestro, pues, no es simplemente alguien que puede localizarse aquí o allá, sino que es el que está en los cielos, Padre celestial, de modo que todo el mundo, todo el cielo, se convierte en nuestro hogar. De este modo, pues, podemos sentirnos cómodos y libres. Por ello, se cuenta que cuando dijeron a Evagrio Póntico, uno de los primeros ascetas de Nitria, que su padre había muerto, él reaccionó diciendo: "¡No blasfeméis! Mi Padre no ha muerto nunca!".

Así pues, con esta primera frase el Señor nos da valor, nos hace hermanos Suyos, y nos dice que llamemos a Su Padre Padre Nuestro. Y también dicen los Padres de la Iglesia: llamamos a Dios "Padre nuestro" -no decimos simplemente Padre mío-, de modo que Dios es Padre de todos nosotros y, así, todos somos hermanos entre nosotros.

La siguiente frase dice, "s a n t i f i c a d o s e a t u n o m b r e, v e n g a a n o s o t r o s t u r e i n o...".

En estas dos frases los Padres de nuestra Iglesia ven la presencia del Hijo y del Espíritu Santo. Y de este modo, pues, en estas tres frases "Padre nuestro... venga a nosotros tu reino", está presente entera la Santísima Trinidad. El Nombre de Dios Padre es el verbo de Dios Padre, el Hijo de Dios, y el reino de Dios es el Espíritu Santo. (Hay precisamente una escritura más antigua del Evangelio, donde en lugar de decir "venga a nosotros tu reino" dice "venga a nosotros tu Espíritu Santo y purifíquenos"). De modo que aquí tenemos presente a la Santísima Trinidad. Es lo que decimos: "Creo en un solo Dios Padre todopoderoso..., y en un solo Señor Jesucristo..., y en el Espíritu Santo...".

"Santificado sea tu nombre...". Rogamos nosotros que sea santificado el nombre de Dios. Aquí, si observamos lo que dicen los Padres, que el nombre de Dios es el Hijo y el Verbo Dios, este "santificado sea tu nombre" podemos conectarlo con aquello que dice el Señor: "Yo me consagro a mí mismo, a fin de que también ellos sean consagrados en la verdad" (Jn. 17, 19). Y el "me consagro a mí mismo" del Señor significa que, yo me sacrifico a mí mismo para que sean consagrados en la verdad, en la realidad, los creyentes. De este modo, pues, cuando nosotros decimos "santificado sea tu nombre", es como si dijéramos: santificado sea el sacrificio del Hijo y Verbo de Dios. Por ello el Señor es nuestra santificación, redención y justicia. Y, "venga a nosotros tu reino", que venga el Espíritu Santo en Pentecostés; y siempre viene el Espíritu Santo, y la Iglesia es un Pentecostés permanente.

En estas tres frases, pues, vemos presente a toda la Santísima Trinidad. Pero podemos ver también en estas tres frases la realidad de la invocación de la oración central de la Santa Misa: Aquello que el sacerdote ruega al Padre Celestial, es decir, que envíe al Espíritu Santo y que haga del pan y el vino Cuerpo y Sangre de Cristo.

Y llegamos a la tercera frase, que es la frase central del "Padre nuestro", y el punto central de la vida del Señor y de nuestra propia vida:

es el "h á g a s e t u v o l u n t a d".

Tal vez esta frase, "hágase tu voluntad", pueda compararse al "amén" de la invocación. Y este "hágase tu voluntad" es la conclusión y resumen de las frases anteriores; en las frases precedentes decimos, "santificado sea tu Nombre", "venga a nosotros tu reino", "hágase tu voluntad".

Nos referimos a Dios, decimos que Su nombre sea santificado, que venga Su reino, que se haga su voluntad. Le damos todo a Dios, y esto viene refrendado y resumido en esta frase, "hágase tu voluntad".

Para entender mejor el significado que encierra el "hágase tu voluntad", será conveniente recordar lo que dijo el Señor sobre por qué bajó del cielo: "Yo he descendido del cielo para hacer la voluntad del Padre que me envió y para llevar a cabo su obra". Y también aquello que dice de que "mi juicio es justo...". Mi juicio es justo y correcto porque "no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre que me envió". Y algo más aún: recordáis que el Señor se encontró con la Samaritana; al llegar los discípulos, le dijeron al Señor: "Maestro, come", y él les respondió que "yo tengo para comer un manjar que vosotros no sabéis...". "Mi manjar es cumplir la voluntad de quien me envió y llevar a cabo su obra".

Aquello, quiere decir, que a mí me alimenta es hacer la voluntad del Padre que me envía. Y creo que esto es el punto básico que determina la vida del Señor y nuestra propia vida. Por ello vemos al Señor a continuación, en el huerto de Getsemaní, es decir, en el momento de la verdadera agonía -podría decirse en el momento del fuerte terremoto en que todo se pone a prueba, y el Señor "entrando en agonía rezaba más fervientemente"-, decir "Padre mío, si no puede este cáliz ser alejado de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". (Mt. 26, 42). Lo que el Señor nos mandó decir, él lo dijo en el difícil trance, y el Señor avanza con calma, pero omnipotentemente, a su pasión precisamente porque al decir, "no mi voluntad, sino la tuya sea", inmediatamente se vuelve a su interior, toma otras fuerzas y sigue adelante.

No estaría de más referirnos ahora por un instante a nuestra propia vida. Luchamos en nuestra vida, emprendemos, tenemos planes, nos organizamos, progresamos, pero en cierto momento podemos pasar dificultades. Creo que no hay hombre que no pase su Getsemaní. Y en el momento en que todo se derrumba, sólo entonces todo resucita, y sólo entonces se entiende aquello que dijo el Señor de que hacer la voluntad del Padre que me envía y no la mía, es lo que me alimenta. En el momento en que todo se derrumba y no hay esperanza ni luz alguna, y todo está cubierto de oscuridad, si el hombre dice -Dios mío, hágase tu voluntad, al instante recobra fuerzas, resucita y avanza todopoderosa y modestamente hacia el camino, hacia el paso, hacia la Pascua que es Cristo, en una evolución que no cesa jamás. Y entonces, a posteriori, se darán gracias a Dios no por las facilidades, sino por las dificultades de su vida y por su propio Getsemaní, que lo obligó, en la desmembración de sí mismo, a decir libremente su pensamiento, y concluir en el "Dios mío, hágase tu voluntad".

Creo que este "hágase tu voluntad" se parece al "hágase" creacional (lo que dice el Señor, "Así dijo y se hizo, nació y se creó"), y al hágase litúrgico (cuando el sacerdote oficia el sacramento de la Santa Eucaristía y ruega al Padre que envíe al Espíritu Santo y haga del pan Cuerpo de Cristo y del contenido del Cáliz Sangre del Cristo y dice Amén, Amén, cuando ya se ha realizado el sacramento). Hay una relación entre el hágase creacional y el litúrgico. Cuando el hombre dice conscientemente, Dios mío, hágase tu voluntad también en mí, se parece a lo que dice la Virgen al Arcángel Gabriel: "hágase en mí según tu palabra"; hágase en mí, en mi ser, en mi interior, según tu palabra; Dios mío, hágase tu voluntad. De modo que el hombre es santificado y cobra nuevas fuerzas.

Dice el abad Isaac en cierto pasaje que el hombre puede, obedeciendo a Dios, convertirse en Dios según la gracia, y crear del no ser nuevos mundos: el hombre se hace completamente nuevo, el débil cobra nuevas fuerzas y el muerto cobra nueva vida y sigue adelante. Entonces comprende que, realmente, es un verdadero manjar llegar a decir con calma, "Dios mío, hágase tu voluntad y no la mía".

Por ello veis que el verdadero teólogo no es aquél que va a la universidad y saca sobresalientes porque recuerda algunas fechas y algunos nombres o redacta un buen trabajo; sino que el verdadero teólogo que conoce cuál es la fuerza y la verdad de la doctrina del Señor es aquél que en el momento difícil dice: no la mía, sino tu voluntad hágase. Entonces Dios entero entra en su interior, y al mismo hombre lo hace teólogo, lo hace dios según la gracia y sigue adelante en Jesucristo de una manera nueva. Y como el Señor resucitado siguió adelante con las puertas cerradas, igualmente el hombre, el débil pero todopoderoso por la gracia de Dios, sigue adelante ya estén los problemas resueltos o aún abiertos. Por ello si llegamos a encontrarnos en dificultades, digamos libremente nuestro pensamiento: exprésese cada uno como quiera expresarse, porque Dios es nuestro Padre. Pero a continuación, digamos, Dios mío, yo no sé, tú sabes, tú me amas más de lo que yo los amo, y más te pertenecen todos a ti de lo que a mí me pertenecen. De modo que hágase tu voluntad. Si acaso tu voluntad parece exteriormente una ruina, sea la ruina. Mejor una ruina querida por Dios que cualquier éxito con la voluntad humana, que es una auténtica sima y una verdadera ruina. Así que el "hágase tu voluntad" es la frase que nos alimenta y nos resucita en otro ámbito.

La siguiente frase es, "a s í e n l a t i e r r a c o m o e n e l c i e l o".

Aquí, dice San Juan Crisóstomo, Dios nos hace a cada uno responsable de la salvación del mundo entero. No dice, "Dios mío, hágase tu voluntad en mi vida", sino hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, que se haga en la tierra entera. Recuerdo que en una isla, en Cos, adonde había ido una vez, vi a una viejecita. Me dijo: "Yo no sé leer ni hacer ninguna oración, y no sé decir siquiera el Credo ni el Padrenuestro. Por eso, por la noche, al irme a acostar, me santiguo y le pido a Dios que dé un buen amanecer a todo el mundo". Me pregunta: "¿Hago bien?". Y le dije: "Haces bien".

Ya veis, la viejecita había concebido el secreto de esta oración; y como vivía en el seno de la Iglesia, y teniendo la gracia de Cristo que corría por su existencia silenciosamente, igual que la savia de la vid va al sarmiento, por ello, sin saber leer, hacía lo verdadero: rogaba a Dios que diera un buen amanecer a todo el mundo. Así pues, digamos "así en la tierra como en el cielo".

Más adelante decimos: "e l p a n n u e s t r o d e c a d a d í a".

Cuando llegamos al punto de pasar el Getsemaní y de decir en el momento de la dificultad "Dios mío, hágase tu voluntad" sin protestar ni indignarnos, sino aceptándolo con resignación y calma, entonces pienso que nuestro estómago espiritual es capaz de digerir el verdadero alimento. Y el verdadero alimento es por su parte el propio Señor, Jesucristo. Habéis visto que dijo: "Yo soy el pan viviente bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá por siempre" (Jn. 6, 51). Yo soy el pan verdadero, el viviente, que ha bajado del cielo, y si uno come de este pan vivirá y no habrá de morir. Es decir, recibe desde ahora una fuerza y una gracia que lo ayuda a superar la muerte. Desde ahora, mientras se encuentra en la carne, se halla dentro de la vida eterna.

Por eso cuando dice el Señor, "el pan nuestro de cada día dánosle hoy", ¿qué quiere decir exactamente?. Y los Padres dicen que " epiousios " ("de cada día") quiere decir el pan relativo a la esencia del hombre o el pan del día siguiente ( epiouse hemera ). Y el día siguiente es el tiempo que ha de venir, es el reino de los cielos. Así pues, rogamos a Dios Padre que nos conceda "el día siguiente", el pan celestial, a Jesucristo, que nos Lo dé como alimento verdadero desde hoy. Y mientras estamos en la carne, mientras nos hallamos en este mundo, el pan verdadero que nos alimente sea el pan de los ángeles, el pan del "día siguiente", el pan de la vida y el reino futuro.

"Y p e r d ó n a n o s n u e s t r a s d e u d a s a s í c o m o n o s o t r o s p e r d o n a m o s a n u e s t r o s d e u d o r e s".

Aquí recordamos la oración que el Señor dijo sobre los que le crucificaban: "Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen" (Lc. 23, 34). El Señor los perdonó y, no habiendo ninguna justificación para su acción, el Señor les encontró una excusa, que no sabían lo que hacían.

"Y perdónanos..., así como nosotros perdonamos...". esta frase contiene algo más exigente. No nos dice el Señor que roguemos a Dios Padre que nos ayude a perdonar a los demás, sino que decimos que nosotros necesariamente perdonamos. Y dice Gregorio de Nisa que aquí, es como si dijéramos a Dios Padre que nos tome como ejemplo y nos perdone también a nosotros.

Pero si acaso nosotros no perdonáramos, entonces no puede hacerse nada, lo dijo claramente el Señor: "Mas si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro padre celestial os perdonará vuestros pecados" (Mt. 6, 15). Podemos acudir a la catequesis, asistir a las homilías, a la iglesia, comulgar y avanzar en la vida espiritual, podemos hacer milagros, y sin embargo no perdonar a alguien. Pero si no perdonamos no puede hacerse nada en absoluto.

En este punto querría que recordáramos algo que decía San Cosme de Etolia a los hombres con los que hablaba: "Me duele no tener tiempo de veros a todos y cada uno por separado para que os confeséis y me contéis vuestras quejas y deciros yo lo que Dios me quiera dar a entender. Pero como no puedo veros a todos, os diré algunas cosas que debéis aplicar. Y si las aplicáis avanzaréis por el buen camino. Lo primero es que perdonéis a vuestros enemigos". Y para hacerles entender lo que quería decir, les da un ejemplo: "Vinieron dos a confesarse, Pedro y Pablo. Pedro me dijo: "Santo de Dios, yo desde pequeño tomé el buen camino. Vivo en el seno de la Iglesia, he hecho todo el bien, rezo, doy limosna, he construido iglesias, he construido monasterios, pero tengo un pequeño defecto, que no perdono a mis enemigos". Y dice San Cosme que "Yo, éste decidí que iba al infierno, y dije "cuando muera lo tirarán a la calle para que se lo coman los perros". Después de un rato viene Pablo, que se confesó y me dice: "Yo desde pequeño tomé el mal camino, he robado, he deshonrado, he matado, he quemado iglesias, monasterios, es decir, soy como un endemoniado; sólo tengo una cosa buena, que perdono a mi enemigo". Y dice San Cosme: "yo bajé, lo abracé, lo besé y le dije que en tres días comulgaría".

El que tenía todo lo bueno, con la maldad de no perdonar a su enemigo, todo lo contaminaba, como cuando tenemos 100 medidas de masa y añadimos un poco de levadura y ahueca toda la masa. Por otra parte, el otro que ha cometido todos los males, perdonaba a su enemigo: esto actuó dentro de todo ello como la llama de una vela y lo quemó todo. Creo que esto es fundamental. Y a menudo toda nuestra vida expele un hedor en lugar de ser aroma de Cristo, y no sabemos por qué ocurre esto. Perdonemos, pues. No guardemos rencor a nadie. Y entonces nuestra vida seguirá adelante. Si no lo hacemos, entonces todas nuestras teologías y todas nuestras santidades serán en vano. Por eso precisamente dice el Señor, "perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Algo mínimo basta para darte paso al reino de los cielos, y algo mínimo puede ensuciar toda nuestra vida.

"Y n o n o s d e j e s c a e r e n t e n t a c i ó n, m a s l í b r a n o s d e l m a l".

Decimos "no nos dejes caer en tentación", y por otra parte el Apóstol Santiago dice "Hermanos míos, considerad una suprema dicha el veros envueltos en todo género de pruebas" (Sant. 1, 2). La confusión nos la resuelven los Padres. San Máximo el Confesor dice que hay dos tipos de tentaciones: por una parte tenemos las placenteras y voluntarias que engendran el pecado; en ellas pedimos al Señor que no nos permita entrar y dejarnos arrastrar por ellas. Por otra parte, hay otras tentaciones y pruebas, las tentaciones involuntarias y dolorosas, que castigan la tendencia pecaminosa, y que detienen el pecado. De este modo, pues, rogamos no caer en las primeras tentaciones, pero si acaso caemos en las otras pruebas debemos aceptarlas con plena alegría, porque estas tentaciones traen el conocimiento, la humildad, la gracia del Espíritu Santo. Y recordad lo que dice el Gerontikon : "quita las tentaciones y ninguno habrá de salvarse". Si se quitan de nuestra vida las tentaciones, estas pruebas, nadie se salvará.

"...mas líbranos del mal". La última frase de esta oración es el mal. La primera frase de la oración es el "Padre nuestro". Dios es la primera palabra, la primera realidad, y la última el maligno. Nuestra vida se mueve entre el maligno y Dios. El maligno no ha dejado a nadie tranquilo: ni al primer Adán en el Paraíso, ni al segundo Adán, a nuestro Señor Jesucristo, cuando salió al desierto. Y dice el Señor que "este linaje sólo puede ser expulsado con la oración y el ayuno" (Mc. 9, 29). No podemos liberarnos del mal sino mediante la oración y el ayuno. El maligno no se retira con la razón, como no se retira el cáncer con aspirinas. El diablo no se marcha con palabras inteligentes. Dice un monje que el mejor de los abogados no es capaz de habérselas con el menor de los diablos. Por ello no debemos entablar discusión con el maligno. Dejémoslo y marchémonos.

La cuestión en la vida espiritual es alcanzar el discernimiento espiritual, distinguir las cosas, si algo viene de Dios o del diablo. Pero podemos decir: "Yo soy un hombre débil, ¿cómo puedo alcanzar este discernimiento?" Creo que las cosas son sencillas si acaso hacemos conscientemente esta oración que el Señor nos enseñó. Podemos ahora comenzar desde atrás: si perdonamos a nuestros enemigos sin vacilación, si nos alimentamos con el pan del cielo, si en el momento de la dificultad decimos "Dios mío, hágase tu voluntad" y si sentimos a Dios como nuestro Padre, entonces, aunque seamos muy débiles, seremos al mismo tiempo fortísimos. Si, por el contrario, hacemos nuestra voluntad y no perdonamos al otro, entonces al diablo lo convertimos de hormiga en león, y no podemos remediarlo con fuerza ninguna. Por el contrario, si decimos: hágase la voluntad de Dios, yo no sé nada; si perdonamos sin vacilación, si en el momento en que nos han matado, nosotros, matados, podemos decir que no guardamos ningún rencor a quien nos mató, y decimos, hay Dios, no importa, entonces el hombre, este ser débil, es todopoderoso y puede salir adelante y el diablo es ante él una hormiga. Y sigue adelante libremente.

Recordáis, en Getsemaní, cuando el Señor "entrando en agonía rezaba más fervientemente" y dijo "no se haga mi voluntad", se refiere allí en las Sagradas Escrituras que "entonces se le apareció un ángel del cielo que le confortaba" (Lc. 22, 43). Y también cuando, en el desierto, dijo "vete de aquí Satanás; pues escrito está: al Señor tu Dios adorarás y a él solo rendirás culto". Entonces le dejó el diablo "y vinieron los ángeles, y le servían" (Mt. 4, 10-11). Así, pues, sucede también con nosotros: si decimos esta oración, si vivimos esta vida, el maligno se va, el discernimiento espiritual llega a nuestro interior y los ángeles nos sirven. Y podemos sentir esta compañía de los ángeles, y podemos desde ahora vivir en el Cielo, y podremos utilizar estas frases del Señor y decir que nuestra vida se hace entonces "edificada por los ángeles", "cubierta por Dios". Y entonces el hombre, pequeño, se hace todopoderoso por la gracia de Dios...

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